( foto de José Cubero en Luque un pueblo con encanto, https://www.facebook.com/photo.php?fbid=556073917774736&set=t.100003277779860&type=1&theater)
En la falda del Castillo Albenzayde de Luque (Córdoba), hay un cuadro de la Virgen del Rosario con su hijo en brazos. El cuadro está elaborado con azulejos de vivo colorido. Se halla ubicado dentro de una hornacina y delante se levanta una especie de poyete, a modo de altar. Allí íbamos a jugar las niñas cuando éramos pequeñas, o a realizar otro tipo de tarea, ya en la adolescencia, ya en la juventud. En otoño y en invierno, se aprovechaba para tomar el tibio sol que calentaba aquel lugar de privilegio, desde donde se divisa una bella panorámica del pueblo.
De este cuadro, me sorprendió que, tanto la Virgen como el
Niño Jesús carecieran de ojos. Se notaba que habían sido raspados intencionadamente
con un objeto punzante. En mi inocencia de entonces, lamentaba que no pudieran
apreciar el maravilloso espectáculo de color y de forma que se veía desde el
sitio en el que se encontraban. Me dolía profundamente la maldad de aquel o
aquellos, que los habían desposeído de sus ojos y los habían privado de
contemplar tan bello paisaje.
Como recuerdo de aquel sentimiento, compuse este “romance de
maldición” a la vieja usanza medieval.
(foto de José Baena Moreno. www.enluque.es)
¡Malhaya quien te cegara,
Virgencica del Castillo!
Que no lo perdone Dios.
¡Tuérzase ya su destino!
De noche hubo de hacerlo,
con la noche bien entrada,
cuando las oscuras nubes,
densas espumas infaustas,
a las estrellas del cielo,
y a la luna llena y clara
celáronles sus destellos,
sus destellos ocultaran,
y, entre sombras intrigantes,
su gran crimen perpetrara,
tal cual obran los traidores,
-así son sus artes malas-,
como ese Judas felón,
el que a Jesús delatara
por treinta monedas de oro,
no de cobre ni de plata.
Ruin, ingrato, alevoso,
el que tus ojos cegara.
Tu puesto de privilegio,
en el Castillo enclavada
no quiso que lo gozases,
no quiso que tu mirada
contemplase la belleza,
que a tus ojos se mostraba,
esos ojos bellos y nidios,
tan brillantes como el alba,
los ojos que te arrancó
sin piedad y con gran saña,
con cuchillo puntiagudo
o con puñal de hoja
ancha.
A oscuras hubo de hacerlo,
de noche o de madrugada,
que fue la envidia
insidiosa
que al hombre torna alimaña.
Traidor, pérfido, malvado,
el que tus ojos cegara.
A tu hijo, el Niño Dios,
que en tus brazos descansaba,
le dañó sus dos luceros
con la misma mala entraña.
Que lo que él no
tenía,
lo que a él no deleitaba
todas las horas del día,
todas las de la jornada,
no quiso que otros tuvieran,
no quiso que disfrutaran
ni la patrona de
Luque,
ni el hijo a quien tanto amaba,
que nació para librar
al hombre de su gran lacra,
Y así le pagó el traidor
con esta vil canallada.
Despreciable, indigno, abyecto,
Ojos que ya no verán
las misteriosas mañanas
con el aura de las brumas
en las sierras y montañas,
ni la casita del Niño,
esa que lo cobijara,
allá, arriba en la loma,
la que a San Jorge miraba.
Ni el Tajo con su peineta
de lirios blancos y malvas,
ni el campanario y su torre,
ni el vuelo de las campanas,
ni el Barrio de Santa Cruz
ni la farola en la Plaza,
ni del Llano aquella fuente
de la que el agua manara.
Infiel, bellaco, perverso,
el que tus ojos cegara.
Tuérzase ya su destino.
¡Malhaya el traidor, malhaya!
MjH
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ResponderEliminarSentido romance, que expresa el choque emocional producido en el alma infantil al descubrir la mutilación de imágenes tan queridas. Te felicito una vez más, Milagros.
ResponderEliminarGracias, Jose. Un beso
EliminarNo lo había leído antes. Otro gran acierto sacado casi de la nada: unos ojos velados por el odio o la ignorancia llevan a la autora a recrear un hermoso paisaje, el de Luque, que sirva de braille a laa divinas imágenes. Magnífico!!!
ResponderEliminarGracias, Juan Manuel. Un abrazo
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