Puertas cerró con ademán seguro,
marcos blindó con acerado anclaje,
de rudo hierro cubrió todo el ropaje,
con doble llave de filo acre y duro.
No hubo lugar más sacro y más puro,
que al corazón sirviera de hospedaje,
a resguardo de un pirata abordaje
y al amparo de un potente y ancho muro.
Allí habitó, reliquia venerada,
en dulce paz, sin agrio adversario,
bajo el manto guardián de su morada.
Mas vino Amor, ardiente y temerario,
a abatir la muralla levantada
y profanó con fiereza el santuario.
MjH
El Amor entra donde quiere y sin aviso...Ya se lamentaba Pleberio en el conocido plancto de La Celestina...ataca en la juventud y no deja piel indiferente.
ResponderEliminarLogradísimo poema que consigue concentrar su fuerza al final, último terceto, en donde se demuestran fracasadas todas las previsiones...
Muy barroco...
Enhorabuena.
Muchas gracias, Juan Manuel. Un abrazo
ResponderEliminarExtraordinario soneto de corte barroco, en la forma y en el espíritu. Y original: cerrarse al amor al final resulta inútil, es un destino inexorable: "yo no nací sino para quereros...". Enhorabuena, Milagros.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jaramos. Un abrazo
ResponderEliminarBonito.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Gracias, Salary. Otro abrazo :-)
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