Y te marchas
sin un adiós, sin una
despedida,
como un extraño
fantasma de hielo
que arrastra
cruces de agonía
y se va deshaciendo lentamente,
gota a gota, bajo la
luz
del día.
Y te marchas
sigilosamente, a
hurtadillas,
y en tu huida
perjura y avivada
vas marcando huellas de cobardía,
gélidos rastros
con buril perverso
de engaños, de misterios
y alevosía.
Y no se te llamó,
nadie te requería,
nadie su voz alzó,
nadie pidió tu venida.
Pero llegaste
como ladrón de horas,
como ladrón de sueños,
como ladrón de confianza
y de vida.
Y ahora te marchas
sin un adiós, sin una despedida,
dejando atrás un fétido torrente
de flores corrompidas.
(MjH)
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