Dios, tus crueles
sucedáneos,
telas de tarántulas
hambrientas,
que penden
amenazantes
sobre la humanidad desatenta.
Las veo, las siento,
espada de Damocles,
que inquietan de continuo mi vivir
y lo dislocan y lo
desconciertan.
Que no te destronen, Dios.
Que no decidan la hora
de nuestro sueño
eterno.
Que no llenen el mundo
de desmanes.
Que no esparzan terror sin freno.
No alientes, ¡oh Dios!,
su presencia.
Déjalos rendidos a la sepultura,
que abrieron infames
para los desafectos.
Mientras tanto, no
los miro.
Los ignoro,
ídolos de visas,
ídolos de oquedad,
ídolos de hastío.
Ídolos de odio,
Ídolos de terror.
Quisieran ocupar “in aeternum”
tu trono infinito.
Recelan de ti,
y maltratan tus designios.
Y es tu designio el que acepto,
Dios, tu designio.
Sólo tu designio.
Lo confieso.
MjH
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