Un leve roce,
un roce
imperceptiblemente leve,
casi invisible,
se pasea inocente
por el norte de mi cuello,
dibujando a ciegas
una nube enardecida,
que pone en pie
todo el territorio salvaje
de una piel antes dormida
en la caverna de la fría noche.
Y vibra la carne,
la carne
tercamente entumecida,
y trepa la sacudida
por los circuitos abiertos
de un corazón virgen
que abre sus fibras,
en total anarquía,
a tus turgentes dedos,
raptores candorosos
de las olas de un
cuerpo insaciable,
que atracan en un
mundo nuevo .
Un leve roce,
un roce
imperceptiblemente leve,
enciende
como un relámpago
la pira de la pasión
y despliega
desaforadamente
las alas del deseo.
¡Un leve roce!
(MjH)
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