Con la savia de tu cuerpo
voy a llenar una alberca
para que sus suaves aguas
mi piel recubran de seda.
De seda fina y brillante,
la que lucen las
princesas,
y ocupar tu corazón
como si fuese su reina.
Y como reina en tu trono,
colocaré una bandera,
pintada de azul y rojo,
de pasión y de pureza.
De pureza inmaculada
de virginales
cosechas
con espigas que saluden
el querer de primavera.
Porque tu querer y el mío
andan por la misma acera
desde aquella noche
clara,
alfombradita de
estrellas.
Estrellas fueron tus
ojos,
candentes como centellas,
que marcaron poco a poco
con fuego mis entretelas.
Ese fuego que se
escapa
de tu mirada agarena,
que encarcelada me
tiene
en una cárcel sin rejas.
Cárcel que es un imán,
que me atrae y que me
lleva
a las fibras de tu
alma
para sentirte muy cerca.
Muy cerca estaré de
ti,
arrebujada a tu vera,
mientras ilumine tu
luz
las esquinas de mis venas.
Que son mis venas el
río,
donde nuestro amor
navega
en barquita de
cristal
con sus cristalinas
velas.
(MjH)
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