Querida Alicia:
Tu
carta me ha alegrado sobremanera y no tanto por inesperada, porque lo ha sido y
bastante, no puedo negártelo- negarlo sería negar la evidencia-, sino por la
noticia que me das y el consejo que me pides. Quién iba a imaginarse que tú,
Alicia, precisamente tú, ibas a llegar a ser “maestra”. Tú, que tanto odiabas a
los profesores, que tanto renegabas de las clases y de las horas perdidas que
pasabas en ellas, que tan reacia eras a recibir conocimientos, tan escéptica
con todo, tan rebelde, tan ineducada, tan díscola en suma. Y quién iba a pensar que te ibas a acordar de mí,
para que te aconsejara en este momento tan decisivo, fundamental y crucial de tu
vida, cuando estás a punto de iniciarte en una tarea tan ingrata y al mismo
tiempo apasionante como es la docencia.
Tengo que confesarte que, si en los primeros meses de clase me hubieses dicho que tu profesión futura iba a ser la de docente, no me habría reído por respeto hacia tu persona, pero no me lo hubiese creído. Te lo digo sinceramente: no habría apostado por ti nada; y no hubiese apostado nada no porque te creyera incapaz de ejercer esta tarea o cualquier otra que te hubieras propuesto, sino simple y llanamente porque en aquellos días tu actitud era tan negativa con todo y ante todo, tan cerrada al aprendizaje, tan hostil con los profesores, con el centro y con lo relativo a tu formación, que no confiaba siquiera que durases con nosotros más de un trimestre, y eso echándole largo.
Por
esta razón, cuando los días pasaban y no nos abandonabas, empecé a darme cuenta
de que algo se movía en tus adentros que paulatinamente iba modificando tu
conducta; era un algo invisible, pero
que estaba haciendo cambiar tus esquemas y a la par, sí, a la par, he de
reconocerlo, tiraba los míos por tierra. Porque, Alicia, como tú bien sabes y
creo que recordarás, cuando tu grupo llegó al instituto, yo de profesora novata tenía bien poco; todo lo contrario, cargaba ya a
mis espaldas varios años de experiencia. Había conocido a muchas otras Alicias y a otros muchos “Alicios”,
había vivido todo tipo de lances dentro y fuera de las aulas, había sobrevivido
a algún que otro cambio de sistema educativo y de administraciones de diferente
ideología y de distinto talante: estaba muy baqueteada, y, por ende, muy segura
de mí misma. La tarima y el encerado eran en ese momento mi escenario natural
(alguna que otra vez comentaba en tono jocoso con los compañeros que me faltaban
las pantuflas y la bata de "boatiné" para sentirme como en casa); en ellos me
había movido y desenvuelto cursos y cursos y había salido airosa de todos los embates y envites que me habían
golpeado de frente o rozado o salpicado a lo largo de mi recorrido por un buen
puñado de institutos de diversa índole y de distintas zonas de Andalucía. Y,
como comprenderás, a esa altura de mi vida profesional pensaba, con la
convicción propia de la veteranía, que ya lo había visto todo, que los cursos y
los alumnos que cada año se iban incorporando, eran un “déjà vu”, algo así como
el eterno retorno nietzscheano. Estaba convencida de que era imposible que algo
me sorprendiera y de que para mí, como docente, no habría ya imprevistos, “nihil novum sub sole”, como dijo el sabio; en definitiva, que
todo estaba “chupao”.
Pero
una vez más he de admitir que me equivocaba. Y me equivocaba, Alicia, porque la
vida fuera y dentro de nuestra profesión nunca deja de sorprendernos -ya
tendrás ocasión de comprobarlo-, y eso es lo que la hace maravillosa y, al
mismo tiempo, tan fascinante y también tan ardua. Así es nuestra profesión, fascinante y ardua. Sí,
la nuestra, la que tú empiezas ahora. Y eso es porque trabajamos con seres vivos en proceso de desarrollo y en
edades problemáticas. Y esa vida que bulle en ellos acaba atrapándonos en su
positividad y negatividad. Cuando creemos que tenemos controlada la situación,
surge algo inesperado que nos obliga a un replanteamiento.
Siempre hay hechos que escapan de nuestro control, pues las personas somos imprevisibles. Sí, cierto es que desarrollamos curso
tras curso una tarea repetitiva,
sisifeana, y esto puede llevarnos a pensar que todo está controlado. Sin embargo, cuando ya hemos terminado con el período escolar y conseguimos, con mucho
o poco éxito, poner al grupo en la punta, comenzamos en la temporada siguiente
a realizar igual labor con otro grupo de alumnos con las mismas edades de los
ya reconducidos. Y es este iterativo cometido el que a veces, Alicia, nos aboca a la monotonía, y la monotonía es el mayor monstruo que puede devorar
al docente. Vencerla ha de ser uno de tus objetivos. Por eso, cuando notes que el
aburrimiento te domina y que no hay resortes externos que te hagan superarlo,
busca siempre otra fórmula que te convenza y te llene. Si tú estás contenta con
tu trabajo y disfrutas con él, les transmitirás a tus alumnos ese sentimiento,
que os llevará no sólo a hacer más agradable la tarea educativa, sino también,
y al mismo tiempo, a hacerla más fructífera.
Puedes continuar leyendo si pinchas en estos dos enlaces:
http://entre52.blogspot.com.es/2013/06/querida-alicia-carta-una-alumna-discola_21.html (2ª parte)
http://entre52.blogspot.com.es/2013/06/querida-alicia-carta-una-alumna-discola_964.html (3ª parte)
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