Va y me dice Rigoberto
que tiempo ha que ha notado
que ya no le doy al verso
ni aporreo el teclado.
Paréscele que mi estro,
asaz presto y muy cuitado,
huye de mí, cual del fuego,
se aparta el tigre asustado.
A paso violento huye
hacia otros fértiles llanos,
cual si de la boca mía
salieran ranas y sapos,
o aroma de pesticida,
de cebollas y de ajos.
Que le sorprende que ahora
que el sol brilla en lo más alto
y de luz inunda el día
con los sus dorados rayos,
no halle flor inspiradora
ni besos de enamorados
para llevar al papel
con arte y bien rimado.
Pues explicarse no puede,
de las aves que recorren
los cielos tan azulados,
no haya trino que despierte
en mí el más bello canto,
ni odas ni redondillas
ni metros asonantados,
ni siquier una cuarteta
o un enteco pareado.
Estupefacto se muestra
si el firmamento estrellado
no me arranca de mis cuerdas
un arpegio trasnochado,
al son de la luna llena
y los maullidos de un gato.
Oigo, miro, callo, escucho
a Rigoberto enfadado
por mi sequedad poética,
más que un toro disecado.
Gesticula, se aspavienta,
muéstrase malhumorado,
y sus ojos muy redondos,
en cristales enfundados,
los clava con fiera rabia
en los míos apenados.
Por un momento se calla
y espera mi argumentario.
Me levanto a duras penas
-¡me ha dejado destrozado!-,
Hacia un paquete de “kleenex”
me dirijo acongojado.
Intento ponerme enhiesto,
mas sigo aún encorvado,
y, armándome de valor,
cojo de la tele el mando,
y, tremolante mi dedo,
pulsa el botón de la Cuatro,
paso a la Una, a la Cinco,
a la Sexta y Venticuatro,
pongo la “Interconomía”,
Canal Sur y Canal Radio…
Se limpia sus sucias lentes
y atiende a los tertulianos,
ve las noticias del mundo
y las de acá, de este lado,
los dos nos vemos completos
todos los telediarios.
Acabado el recorrido
por los sucesos malsanos,
de los sus ojos acuosos
dos lagrimones colgando,
me mira muy dolorido,
lastimado y quebrantado,
y yo con gesto harto humilde,
pero ya más confiado
sólo le digo bajito,
sin estrüendos ni llantos:
"¿Comprendes, pues, Rigoberto,
de mi escritura el secano?
Que el panorama no está
para fermosos dictados,
pues ni el mismísimo Lope,
el de los Ingenios Amo,
ante esta coyuntura
de esperpento y de espanto
ni su propio apellido
plasmar pudiera su mano.
Que ya lo han visto tus ojos:
hete aquí mi corolario".
MjH
Je je, muy simpático romance.
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