jueves, 24 de octubre de 2013

Romance de la mora enamorada





En mi pueblo natal, Luque (Córdoba), hay una cueva situada en La Pedriza, por detrás del Peñón de la Pita, y cerca de las murallas de la fortaleza nazarí. Esta cueva, que ha estado salvaje y virgen durante muchas generaciones, se hallaba al alcance del pueblo y la muchachada la conocía como la palma de sus manos. Hace años la cueva se acondicionó y se puso al servicio de los turistas. En ella se realizan numerosas actividades para  que todo el que esté interesado pueda conocer el pasado prehistórico e histórico del lugar. La cueva es conocida como “Cueva de la Encantá”.  Una más con este nombre de las que se encuentran dispersas a lo largo de la geografía española. Numerosas son también las leyendas en torno a la bella joven, que la habita, y que sólo se hace visible en la noche de San Juan. Aunque existe un extraordinario romance sobre la “Cueva de la Encantá” de mi paisano José Navas (http://www.enluque.es/paginas/hemeroteca/poetas/poesias/poesias-pepe.htm), que se centra en la desgraciada historia de amor de los jóvenes, ella mora y él cristiano, no he podido resistirme a dedicarle otro, centrándome más en la figura y  “aparición”   de la Encantada en la noche de San Juan, con objeto de encontrar a su enamorado o desprenderse de su encantamiento, tal y como recoge también la leyenda.









Dice, cuenta la leyenda
que la Noche de San Juan,
noche de magia y hechizos,
noche para no olvidar,
cuando la luna está llena,
redonda en su claridad,
cuando arden las hogueras
y el fuego vuelve a reinar,
cuando la higuera bravía
en flor pletórica está,
y las mozas y los mozos
van la verbena a cortar,
gimen del Peñón las rocas
suspiros de gran pesar,
que el viento esparce en la villa,
hace a sus gentes temblar,
y de una cueva profunda,
llamada de “La Encantá”,
que se halla tras de la Pita
y de la muralla a ras,
se ve salir a una  joven,
bella como la que más,
una doncella de ensueño,
una agarena de Agar.                                   
Ni las hijas de Nereo,
ni las sirenas del mar,
ni las ninfas de los bosques
se le pueden comparar,
que no hay mujer en el orbe
que la supere en beldad.
Su larga melena al viento,
con guirnaldas de azahar,
y una túnica ceñida,
blanca con cordón torzal,
como palomas al vuelo,
acompaña su danzar,
sus pasos por el sendero,
que la llevan al Pilar.
En las manos, un espejo
de oro y fino cristal
y un áureo peine con púas
de alabastro natural.
Allí, junto al riachuelo,
que corre por el lugar,
en el agua transparente,
tan clara como el cristal,
lava su cara de rosa
y el cabello va a peinar.
Que espera a su enamorado,
aquel cristiano galán,
que una mañana de abril
la vino a enamorar.
Mas nunca volvió a besarla,
nunca la volvió a besar.
Y en pena vaga su alma,
pues la fueron a embrujar.
 Sólo una noche del año,
de junio noche lunar,
sale de la gruta oscura
en su apariencia mortal
y busca a su infiel amante
para con él desposar.
O a un mísero caminante,
a quien su hechizo filtrar.
Espera días y meses,
un año, cien, muchos más,
en la lúgubre mazmorra,
cautiva, sin libertad,
para encontrar su destino
en la Noche de San Juan.


                              MjH



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