Como acre lámina de gélido hierro,
vacuo aquel instante su carne roía,
el dulce refugio de fe se perdía
entre el laberinto aislado del cerro.
Y en las cloacas del impar destierro
ermitaña el alma, a solas se hundía;
luces sin color, sones de atonía
sembraron hedores de áspero encierro.
Por fértiles valles de
la fantasía,
en pos iba ansiosa de
su identidad,
sola en la nube de melancolía,
sin guías ni faros, halló
la beldad.
Allí albergó con fiel
compañía
el amargo germen de
la soledad.
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