Baila la luna en el río
con sus volantes de escarcha,
los lunares de rocío
y de nubes las enaguas.
En la ribera, los juncos
miman su cara de plata
y el viento, su amante fiel,
besa su ocre mirada.
Por el aire se deslizan
los ecos de una guitarra,
que tiñen con sus acordes
de hechizo la noche clara.
La luna sigue
bailando,
la luna baila que baila
con sus piruetas de seda
sobre la tierra mojada.
Allá, en la
lejanía,
en la ventana de ámbar
unos ojos soñadores
persiguen sus huellas de agua.
Por sus giros, por sus pasos,
el misterio se derrama
y ata con
lívidos lazos
las blandas trenzas doradas.
Y el corazón de la niña,
amatista, oro y gualda,
galopa por sus estelas,
tras la
pálida alazana.
En las orillas del río,
la luna baila que baila,
la luna sigue
bailando
en la noche
limpia y mágica.
(MjH)
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